En medio de las musarañas arborícolas, los tarseros, los orangutanes y los chimpancés, el hombre es un primate más. Quizá un poco diferente por sus logros evolutivos, pero primate de todas maneras. El ser humano vive, come, se reproduce, se comporta y socializa como todo buen primate. Tan solo hay que mirarnos al espejo, como aconseja Jesús Mosterín, para saber que somos animales; en nuestros caso, mamíferos bípedos, placentarios, del orden de los primates.


Esta argumentación no solo se sustenta, como muchos creen, en el pensamiento darwiniano, que en su tiempo resultó ser una teoría revolucionaria que cambiaría la forma de mirar la naturaleza, sino que se vale de las observaciones y experiencias de eminentes y honestos etólogos, que se atrevieron a tener contacto directo con diversos homínidos en su ámbito natural. De sus anotaciones e impresiones podemos hacernos una gráfica bastante clara de lo filogenéticamente cerca que nos encontramos de los gorilas, chimpancés y bonobos. Esta cercanía, claro está, no solo se ha comprobado a través de descripciones conductistas, que bien podrían ser sesgadas; actualmente -y tal vez utilizando el método más fiable para este tipo de controversias- las comparaciones genómicas nos han demostrado que hombres y chimpancés se parecen genéticamente en un 98%. Es decir, estamos tan emparentados con estos animales, que lo más justo es que los estudiemos con la misma perspicacia y agudeza con que lo hacemos con nosotros mismos. Sin embargo, hay que reconocer que pocos quedan convencidos con estos descubrimientos científicos. Los seres humanos, como todo buen mamífero que se precia de tener un cerebro grande, quiere pruebas, no solo que le digan que aquello se puede observar a través de un microscopio (como si este instrumento fuera algo parecido a una bola de cristal). Aristóteles decía que el hombre es el animal que ve, y no se equivocaba; aunque debió añadir que teníamos predilección por las cosas grandes, más que por las pequeñas.
Por suerte, la naturaleza nos ha proporcionado diversas oportunidades para estudiar a monos y antropoides y contrastar sus conductas con las nuestras, y éstas han demostrado ser tan parecidas, tan idénticas, que podemos concordar con diversos investigadores al decir que a estos parientes nuestros tan sólo les falta hablar.

DE PEQUEÑOS NECESITAN MUCHO AMOR
Desde que nacen, los pequeños chimpancés son cobijados por su madre, quien no se apartará de su vástago hasta que tenga por lo menos 5 o 6 meses de edad. Si en la familia hay una hembra adolescente, ayudará en el cuidado del bebé, y no de mala gana, sino con mucha asiduidad, puesto que, como interpretan los investigadores, esta actividad le vale como preparación para su futura maternidad. Inclusive en algunos casos la solicitud que muestra la hermana se vuelve excesiva. La primatóloga Jane Goodall observó cómo una chimpancé joven "secuestraba" a su hermanito para acariciarlo, si bien su madre acudía de inmediato cuando el pequeño emitía algún quejido. No es raro que las demás hembras del grupo muestren interés por el nuevo miembro ni que los machos, incluso los más dominantes, demuestren su alegría dando algunos saltos y volteretas.
Esta conducta no es privativa de los chimpancés, pues entre los mandriles existe la admirable costumbre de los machos adultos de cuidar y proteger a los pequeños, además de soportar sus travesuras con mucha paciencia.
Sin embargo, el crío buscará siempre estar al lado de su madre. Aunque sea grande y ya tenga la edad suficiente para sobrevivir por sus propios medios, es raro ver que los hijos se aparten de su madre. Hasta los machos, que se caracterizan por alejarse del grupo, vuelven de tiempo en tiempo a la compañía de su progenitora.
Al igual que en los seres humanos, la compañía, la vigilancia y la educación que ofrezca la madre a su pequeño será fundamental para su posterior desarrollo psíquico y social. Es notable lo que Goodall descubrió a este respecto, pues sus observaciones la llevaron a entender que un pequeño que pierde a su madre en sus primeros años de vida, sufre graves secuelas psicológicas y muere. Ni siquiera la compañía de un hermano mayor ampara al chiquitín del dolor.
Otro detalle impresionante es que en el mundo de muchos primates también existen madres negligentes. Madres que abandonan a sus hijos a su suerte, que les impiden beber de su leche, que en lugar de llevarlos aferrados a su pecho, los obligan a subir sobre sus espaldas, aunque los párvulos todavía no tengan la fuerza suficiente para asirse. Esto trae consigo algunas secuelas que van desde unos niños sumamente temerosos y dependientes hasta una mala convivencia con los demás miembros del clan, por no entender bien las reglas de convivencia.
En sus famosísimas investigaciones, el doctor Harry Harlow demostró que la cercanía de una figura materna era crucial para el desarrollo afectivo y social de los pequeños monos Rhesus. En uno de sus experimentos, un mono rhesus tenía dos madres, una hecha de alambres y otra de felpa. La primera tenía el biberón con leche y la segunda solo la suave textura de la tela. Sorprendentemente, el bebé pasaba la mayor parte del tiempo con la madre de felpa y, cuando tenía hambre, se aferraba a ésta con la piernas para beber de la otra.

El mono Rhesus y sus madres sustitutas
Uno de los momentos más difíciles para los chimpancés y mandriles es la llegada de la adolescencia. Esta edad, al igual que lo que ocurre con los seres humanos, está marcada por el distanciamiento parental. Las madres vuelven a entrar en estros y rehúyen de la presencia de su hijo. Éste seguirá solicitando leche, pero no la recibirá. El destete se convierte en el golpe más duro, emocionalmente hablando, que recibirá el adolescente. Además, sus cambios físicos, que lo muestran ya maduro, lo harán menos tolerable para los demás compañeros. Los machos dominantes que antes les permitían toda clase de diabluras, ya no pasarán por alto ninguna falta de respeto: la infancia terminó, la hora de tomar otro papel protagónico en la manada ha llegado.
Con el tiempo, los machos adolescentes lucharán por la primacía y las hembras se convertirán en formidables madres. Si bien el proceso es duro, a la larga, los cuidados maternales de la tierna infancia surtirán efecto.
NECESITAN VIVIR EN GRUPO
Los seres humanos somos sociales por naturaleza, interactuar con otros forma parte de nuestro acervo genético. Gracias a esta facultad hemos podido sobrevivir y formar las modernas civilizaciones en las que vivimos actualmente. Aun así, esta característica tampoco nos es particular. Diversos animales necesitan del grupo para mantenerse en pie, y quizá sean los insectos, como las hormigas y abejas, las que mejor ejemplifiquen la dependencia de la comunidad. Sin embargo, los primates hemos aprendido a mantener relaciones recíprocas, jerárquicas y articuladas de tal manera que somos uno de los pocos vertebrados abundantes y victoriosos en este mundo lleno de peligros.
El tamaño de nuestros grupos dependen de la evolución cerebral. A mayor tamaño del cerebro, mayor número de miembros tendrá el grupo. Esta es una de las principales premisas del antropólogo inglés Robin Dunbar, que estudió diversas sociedades homínidas, entre ellas las del ser humano. Para Dunbar, el Homo Sapiens tiene la capacidad de relacionarse y establecer lazos hasta con 150 individuos, mientras que otros primates mantienen grupos de 30 o 50 miembros. ¿Cuál es la clave, además de una gran sesera, para que nuestra especie mantenga afinidad con un mayor número de individuos? La clave se encuentra en lo que se denomina grooming o acicalamiento.
Los chimpancés, bonobos y macacos, pasan una considerable parte del tiempo acicalándose unos a otros. De esta manera demuestran cordialidad, amistad y respeto hacia los demás. Si bien el espulgamiento puede parecernos fútil, para muchos monos significa marcar la posición de dominio que poseen.
Entre los chimpancés, los machos dominantes suelen espulgar poco, y los de baja categoría espulgan más tiempo. De la misma forma, las hembras espulgan a los machos por diez minutos, mientras que ellos les retribuyen el gesto solo por treinta segundos.

Otra conducta social característica de los chimpancés y mandriles consiste en ofrecer los cuartos traseros si se enfrentan a un superior, u ofrecen la espalda para que el líder la acaricie o las manos para que la bese, con esto expresan sumisión, respeto y ansias por apaciguar los ánimos.
En el caso del Homo Sapiens, el acicalamiento ha dado paso a otro método más rentable todavía, pues nos ha ofrecido la capacidad de interactuar con una cantidad de personas inimaginable para cualquier otro primate. Nos referimos al lenguaje. Gracias al lenguaje podemos mostrar cordialidad, respeto, cariño y reconciliación al mismo tiempo y de maneras complejas. Como sustenta Bruner:
Hablar permite ampliar el número de relaciones, tender lazos más rápidamente y en paralelo. Es así como logramos disfrutar de los 150 elementos que podemos gestionar gracias a nuestro tamaño cerebral. (2018:70)
La comunidad ofrece, además, la oportunidad de que los más pequeños se conozcan entre ellos y conozcan el medio que les rodea. Este conocimiento se fortalece con el juego. Los infantes del grupo pasan la mayor parte del tiempo jugando, corriendo y divirtiéndose mientras los más adultos toman la siesta, comen o se acicalan. Sin este ingrediente fundamental, el mundo de los pequeños se volvería gris. Si privamos del contacto y del juego a los monitos, como de hecho lo hizo el doctor Harlow, seríamos testigos de cómo la mente de un organismo indefenso se va degradando al punto de convertirse en un remedo grotesco de sí mismo.
A este respecto, cuentan Eirmel y DeVore lo siguiente:
Algunos se sentaban por horas en sus jaulas mirando inexpresivamente hacia adelante; otros se cruzaban de brazos y se dejaban rodar y balancear hora tras hora, o se chupaban ansiosamente los pulgares, o se pinchaban la piel. (1980: 90-91)
A la pregunta: ¿Cuánto tiempo debe permanecer aislado un mono para que su neurosis le quede tan profundamente arraigada que no pueda quitársele?, responden:
En una serie de experimentos que son clásicos, Harlow pudo determinar ese período con gran precisión; descubrió que si un macaco pequeño se le mantiene aislado de 60 a 90 días después de nacido y luego se le permite convivir con otros monos, sus tendencias neuróticas se corregirán y crecerá normalmente. Pero por cada semana que se agregue a este periodo disminuyen las posibilidades de que el mono se recobre de los perjudiciales efectos de su aislamiento original. (1980: 157)
SON MUY INTELIGENTES
Washoe, un chimpancé muy galán, ha demostrado que el lenguaje del ser humano puede ser aprendido sin mucha dificultad. Utilizando la técnica de signos para sordomudos, los esposos Allen y Breatrice Gardner dieron con el método que refutaría la creencia de que los monos jamás podrían darse a entender. En su libro Los dragones del Edén, Carl Sagan nos ilustra al respecto:
A la sazón disponemos de un nutrido acopio escrito y filmado de conversaciones en Ameslan y otros lenguajes por señas con Washoe, Lucy, Lana y otros chimpancés estudiados por los Gardner y diversos investigadores. Algunos chimpancés poseen un repertorio de cien a doscientos términos y, además, son capaces de distinguir entre diversos modelos de sintaxis y reglas gramaticales. Y lo que es más significativo: se han mostrado singularmente ingeniosos en la construcción de vocablos y expresiones de nuevo cuño.
Así, cuando Washoe vio por vez primera a un pato en un estanque dijo mediante señas, "pájaro de agua", que corresponde al término utilizado en inglés y en otros idiomas, pero que el chimpancé improvisó para la ocasión. La hembra Lana no había visto otros frutos de forma esférica que las manzanas, pero como sabía indicar por señas el nombre de los colores principales, un día en que vio a uno de los cuidadores comer una naranja, señaló con los correspondientes ademanes: "manzana color naranja". Después de probar una raja de sandía, Lucy la llamó "bebida con azúcar" y "fruta líquida"; pero cuando sintió el escozor del primer rábano que cataba, dijo entonces que se trataba de "comida que duele y hace llorar". (2016:114-115)

El mérito intelectual, claro está, no solo se mide por la formulación de palabras. Los loros, luego de un arduo entrenamiento, pueden vocalizar muy bien complejas oraciones y expresar ciertas ideas que darían la impresión de inventiva. Sin embargo, con mucha dificultad admitiríamos que poseen la inteligencia de nuestra especie. Algo semejante ocurre con perros y gatos, a quienes, como saben muy bien los que alguna vez han tenido a estos animales por mascotas, nuestro lenguaje se les vuelve familiar con el paso de las semanas. Basta un "¡quédate ahí!" o un "¡fuera!" para que nos obedezcan sin chistar; no obstante, como sabemos por los conductistas, tales fenómenos podrían ser la respuesta de un condicionamiento involuntario. Entonces, qué requisito necesitamos para que consideremos "inteligente" a un organismo, al menos en el sentido humano. Puede que parezca reduccionista, pero quizá la creatividad sea ese requisito. Los hombres nos caracterizamos por nuestra innovación, nuestros inventos y nuestra capacidad por resolver ingentes problemas de manera sencilla. Y es en este aspecto en el que los otros grandes simios han demostrado poseer las mismas capacidades humanas.
Hace casi 60 años, en la isla de Koshima (Japón), la profesora Satsue Mito observó cómo una macaco hembra hacía muestra de su creatividad al cribar el trigo de la arena. Los investigadores habían esparcido trigo en la orilla del mar con la finalidad de alimentar a estos monos, pero pocos gustaban del gesto por el fastidioso proceso de masticar arena. Hasta que apareció Imo, la Albert Einstein del grupo. Ella tomaba la arena y el trigo entre sus manos y luego acudía al mar, en donde sumergía los elementos. Como el trigo flota y la arena cae, el método permitía que Imo se quedara con el sabroso platillo y se deshiciera de la molesta arena. Lo más curioso fue que los otros macacos, sobre todo los más jóvenes, aprendieron aquella ingeniosa conducta. Actualmente, lavar trigo y batatas es una conducta tradicional de los macacos de Koshima.

Jane Goodall fue la primera en informar sobre el uso de herramientas por parte de los chimpancés. La primatóloga observó cómo éstos preparaban algunas ramitas, seleccionando las más fuertes y resistentes, les quitaban las hojas, las metían en los termiteros, extraían a los diminutos habitantes y luego se los comían. En otra ocasión, observó el proceso por el que transformaban las hojas de los árboles en una suerte de esponjas con la cuáles podían atrapar agua para luego beberla.
Sin haberlo sospechado, Goodall y sus compañeros en el Gombe, terminaron recibiendo a varios chimpancés en su campamento. Los primeros en acudir fueron David, Goliat y Mike, chimpancés a los que la etóloga apreciaba sobremanera. La razón de su visita fueron los plátanos, que recibían en abundancia y constantemente. Esta generosidad tuvo un efecto insospechado: en cuestión de meses, diversos grupos de chimpancés visitaban el campamento esperando su ración de plátanos. Como era de esperar, las raciones diarias terminaron afectando los bolsillos de los investigadores y la paz entre los pensionistas.
A raíz de que los chimpancés empezaron a asaltar las chozas de los pescadores de la zona, Goodall y compañía creyeron conveniente trasladar el campamento a una zona más apartada, donde utilizarían un sistema para dar raciones más cautas a los hambrientos animales. Su plan consistía en enterrar cajas con tapas de acero, que permanecían cerradas por unos cables sujetos a unas asas situadas a cierta distancia. Funcionó, pero no tanto como esperaban.
Goodall relata así esta epopeya:
J.B. [un chimpancé] había aprendido a desenterrar cajas y cables de forma que Hassan se había visto obligado a enterrar las primeras en cemento y recubrir los segundos con cañería que había resultado muy cara. Al aprender J.B. a desenterrar asimismo ésta, hubo que encerrarlas también en cemento. Figan y Evered [chimpancés más jóvenes] habían tratado en varias ocasiones de abrir las cajas sirviéndose de palos, y alguna vez lo habían conseguido. (1986:79)
La autora señala, además, la proeza de un chimpancé bastante joven:
Fue por esos meses cuando comenzamos a darnos cuenta de que Figan estaba excepcionalmente dotado. Al acudir cada vez un número mayor de chimpancés a nuestro campamento, las cajas resultaron insuficientes; encargamos unas nuevas tapas en Kigoma, pero pasó largo tiempo antes que las recibiéramos. Cada vez se hacía más difícil la distribución equitativa de plátanos y, por tanto, decidimos esconder algunas frutas entre las ramas de los árboles. Los jóvenes como Figan aprendieron rápidamente a participar en el juego, mientras los adultos recogían su ración en la cajas. En una ocasión, y cuando el grupo había terminado su comida, Figan descubrió un plátano que los demás habían pasado por alto, pero desgraciadamente Goliat se encontraba descansando debajo de la rama en que se hallaba. Aquél, después de dirigir a su congénere una rápida ojeada, se instaló al otro lado de la tienda, en un lugar donde no podía ver el plátano. Cuando, quince minutos después, Goliat se levantó para irse, Figan sin dudarlo un segundo, se dirigió al árbol y tomó la fruta. Evidentemente había comprendido la situación; si hubiera pretendido coger el plátano bajo la vigilancia de Goliat, éste se lo habría arrebatado, y si se hubiese quedado donde estaba, no hubiera podido evitar lanzar alguna ojeada a la codiciada fruta, lo cual, dada la facilidad de los chimpancés para interpretar las miradas de sus compañeros, habría puesto a Goliat sobre la pista. Por lo tanto, Figan no sólo había conseguido sus deseos, sino que se había apartado del lugar peligroso que podría delatarle. (83)

Para terminar esta sección y convencernos del intelecto de todos los primates, mencionemos a Pierre Brassau, gran pintor del siglo pasado. Brassau fue uno de los pocos pintores que mejor crítica tuvieron en el mundo de las artes, pues sus cuadros podían penetrar en la más honda subjetividad de los espectadores. Pero más allá de su nombre y sus pinturas, quizá lo que más sorprenda del autor es que era un chimpancé. ¡Sí, un peludo y bananero chimpancé! Otra muestra indubitable de que entre hombres y demás primates apenas existen algunas diferencias.

¿PURAS COINCIDENCIAS?
Cuando los detectives investigan un crimen y encuentran una huella digital, restos de cabello, o algún elemento que podría dar la idea de quién fue el culpable, siempre se muestran cautos, jamás dan un veredicto de buenas a primeras, pues esas "pruebas" podrían estar ahí por alguna otra razón. Pero si una cámara de seguridad ha gravado el hecho e incluso ha filmado el rostro del asesino, entonces no queda duda alguna. Tenemos una prueba irrefutable.
Lo mismo sucede con el comportamiento de todos los primates: su inteligencia, su vivacidad, sus logros a lo largo de su desarrollo físico, psíquico y emocional, son algo parecido a tener la grabación de una cámara de seguridad: lo vemos y no cabe duda alguna.
En este corto artículo apenas expusimos tres puntos esenciales y significativos del mundo de los homínidos, omitiendo sus facetas sexuales y sus costumbres mortuorias, que dejarían sorprendidos a más de uno. Con esto hemos querido dejar constancia de lo parecidos y cercanos que somos del chimpancé, el mandril, el macaco y el mono Rhesus. Sus atributos nos fascinan porque tiran a tierra cualquier presunción de superioridad. Sus hábitos nos enternecen y dejan perplejos porque lejos de ser animales desorganizados o instintivos, demuestran ser muy sistemáticos e ingeniosos, colaboradores y protectores. Con todo esto, quién no podría sentirse orgulloso de pertenecer a esta estirpe, conformada por individuos creativos, sociales y compasivos. Si en algún lugar hemos de buscar el origen de nuestra humanidad, no debemos de mirar más allá del mundo de los primates. Tal parecido no es pura coincidencia, sino el resultado de la evolución, aquella evolución que nos separó de los gorilas y orangutanes, pero que dejó su marca, su huella, la filmación del evento, en nuestras conductas.
Huánuco, 05 de mayo de 2021