Después del Triunfo de la compasión, Diferentes es, para mí, uno de los mejores libros de biología y filosofía que he leído. Si bien tardé casi un mes en leerlo, fue una grata experiencia. Frans de Waal, a quien leo por primera vez, es uno los pocos biólogos lúcidos que ve la vida y la sociedad con apertura. Sus posturas no son rígidas y sus críticas, si bien mesuradas, no dejan de ser penetrantes.
En sus casi cuatrocientas páginas pasa revista de las ideas más difundidas en biología moderna. Vapulea a Dawkins y su gen egoísta, se mofa de las hipótesis de Morris, expone su disconformidad con los cuestionarios psicológicos (que apenas y dicen nada porque pueden ser manipulados por los evaluados) y cuestiona las ideas más extremas de su ciencia, esto es, que somos pura biología, o que en el análisis comparativo entre especies se exalte el comportamiento chimpancé (donde los machos son dominantes y un tanto violentos) y se omita caprichosamente la del bonobo (donde la jerarquía la dominan las hembras). Su examen se extiende también hacia el constructivismo social, que omite por completo el rol de la naturaleza y la evolución. Para él, tal y como lo demuestran sus observaciones de campo, debemos de apreciar al ser humano como un ente natural y social, capaz de construirse, remodelarse, pero a partir de su arquitectura primate. Olvidarnos de dónde procedemos no permite que nos amemos; negar la cultura no permite que progresemos.
Mientras leía cada capítulo tenía la impresión de que el libro estaba escrito de un padre a sus hijos, puesto que nunca había sentido tanta empatía, tanta calidez ni sensibilidad en un libro. Si este texto no fuera netamente biológico, yo juraría que es terapéutico.
El libro trata sobre las mujeres, los varones, los chimpancés, los bonobos y otros tantos primates y mamíferos. Reflexiona sobre los roles de género, las diferencias sexuales, el sexo, la violencia, las jerarquías, la empatía, el rol maternal y de crianza, la homosexualidad y el feminismo. Aunque he de confesar que a mí me encantó el capítulo 8, titulado "Violencia: violación, asesinato y los perros de la guerra", el libro tiene como eje central el amor, un amor que se ha ido malgastando y fracturando por la burda costumbre que tenemos de etiquetarlo todo.
Dice el autor al finalizar el libro:
Me desquician las ideas de superioridad mental o dominancia natural de un género sobre otro, y espero que las dejemos atrás.
Todo se reduce a amor y respeto mutuos, y a la apreciación del hecho de que los seres humanos no necesitan ser lo mismo para ser iguales. (p. 375.)