Recuerdo hasta ahora el sinsabor que me dejó Carrie, la primera novela de Stephen King. Cuando la leí ya era un devorador de novelas y el personaje me pareció irreal, estrambótico, viviendo seudo problemas y encima con superpoderes que la hacían muy repelente. Confieso que, luego de cerrar el librito, decidí que no volvería a leer a King, pensaba que su fama era inmerecida, un fraude, una total pérdida de tiempo.
Sin embargo, tengo que confesar que estaba equivocado. Cuando años más tarde vi "La niebla" y empecé a averiguar sobre ella, me di con la sorpresa que todas esas tramas adaptadas al cine habían salido de las seseras del autor norteamericano. No me lo podía creer. Pensé que el tipo se había reivindicado y que yo debería darle una segunda oportunidad. Así que el año pasado leí La zona muerta y me fascinó. Es una de las pocas novelas que generan intriga, indignación, desesperación y sofoco al mismo tiempo. Así que deseoso de probar nuevamente la misma sensación, este año leí El fugitivo y la verdad que me la pasé genial. Si no hubiera sido por las responsabilidades del trabajo y la celebración de navidad y año nuevo, lo habría acabado en un santiamén. Aún así, la novela la disfruté como si viera una de esas películas que te enganchan a la primera y que matarías al primero que ose interrumpirte un minuto.
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La novela está ambientada en 2025, aunque fue escrita en 1982, hace aproximadamente 43 años. Aún así, King pudo plasmar, no el escenario físico de nuestra época, pero sí el encuadre psicológico, moral y cultural en el que vivimos. Es cierto que en nuestra época todavía no tenemos coches voladores que nos permitan viajar a mayor velocidad, pero sí tenemos un medio ambiente más contaminado, gente menos sensible al dolor de los demás y, quizá lo más espantoso que el autor imaginó, la preeminencia del espectáculo.
En la realidad inventada por King, el gobierno ha impuesto la ley de que toda vivienda tenga un librevisor, un aparato en forma de televisión que transmite todo el día programas de espectáculos. Esos programas tienen embobados a la gente, puesto que, así como les permite olvidar por un momento su miseria (la pobreza alcanza niveles estratosféricos), también los inmoviliza, los hace ineptos para protestar o al menos rebelarse por una vida más digna. La existencia de los personajes es una pantomima, una caricatura grotesca, porque si no eres de los que mueren sentados viendo alguno de los shows, eres de los que muere participando en ellos. Así que, o aceptas tu lastimoso destino, o te vuelves el hazmerreír para los demás.
King imagina que uno de sus personajes se espabila a último momento empujado por la enfermedad que su hija padece, pero lo curioso es que incluso este tipo no piensa en nada mejor que en formar parte del teatrillo. La abnegación del padre se transmuta en reality show y, pese a sus intentos por romper el ciclo de banalidad que lo rodea, termina avivándolo más. Sus esfuerzos por sobrevivir, por ridiculizar a sus cazadores, sus esmeradas maquinaciones para mantenerse con vida, para esquivar a la muerte una y otra vez, solo aumentan el rating. Tristemente, al final del libro, comprende que sus esfuerzos han sido en vano. La gente no quiere cambiar. Ni la insolación, ni el hambre, ni siquiera ver morir a alguien en las pantallas los conmociona. Todos están hechos de piedra, impermeabilizados contra el sufrimiento ajeno.
He pensado que si King no es un profeta, al menos con esta novela podría atribuírsele un poco esa virtud, puesto que tuvo la capacidad de vislumbrar lo que hoy padecemos con el uso de las redes.
En nuestros tiempos, cada reel, cada vídeo, cada fotografía, cada noticia, real o falsa, solo acumula vistas, pero no indignación; provoca "reacciones" virtuales, mas no reales; distrae, pero no sensibiliza. Un chico puede estar en su celular, viendo una y otra vez, enajenadamente, cómo dos tipos asaltan a una mujer mayor y la golpean, y lo único que terminará haciendo será compartir el video con los demás para que todos vean la misma escena. Pero, ¿qué han conseguido?, ¿qué han reflexionado?, ¿han decidido actuar? ¡No! Han decidido pasar a otro video porque el anterior ya les aburrió. Y así, si algún día ellos, en la vida real, son los protagonistas de algo parecido, tendrán que aguantárselas y soportar que unos niñatos vean su tragedia unas cuantas veces hasta que su tedio indique que ya deben pasar algo más entretenido.
Es una realidad agobiante, pero son los nuevos tiempos. ¿Debemos acostumbrarnos? ¿Debemos cruzarnos de brazos y dejar que la nueva generación se construya con esos materiales enmohecidos? ¿Actuaremos antes de que sea demasiado tarde, o nos parecemos al héroe de la novela?
Sinceramente, preferiría que lo que vivimos actualmente sea una trama elaborada por Stephen King, porque al menos así podríamos ponerle punto final.