¿La religión es necesaria ahora? Sí. No. Tal vez.



Para esta pregunta encuentro tres tipos de respuestas: 

1. La religión ya no es necesaria, su funcionalidad ha terminado hace muchísimos años, y hoy solo sirve de consuelo, pero en muchos casos un consuelo paupérrimo, porque exige de los fieles sacrificio y entrega totales que no son retribuidas con nada más que con puras palabrerías y promesas de un futuro mejor (que serán materializadas en el otro mundo). Si bien, para muchas personas es preferible poseer este consuelo a no tener nada, no por eso la religión se hace encomiable o útil. 
La visión de muchos ateos influyentes, como Richard Dawkins o Sam Harris, exacerba esta postura, al grado de predicar la extirpación religiosa. De acuerdo a estos científicos, la religión y las posiciones que defiende son todas absurdas y, además, dañinas, al punto que muchísimos creyentes están dispuestos a cometer sendos disparates por defender su libro sagrado o su “sana” doctrina, sin evaluar siquiera que las premisas que obedecen están teñidas de anacronismos e ingentes barbaridades. Por lo tanto, la religión es una maldición: obnubila a quienes la practican, aherroja a los desfallecidos, intensifica la sed de los más violentos e impide que los más sagaces contemplen la belleza de la ciencia, la naturaleza y la verdad. 





SSS
Para el biólogo Richard Dawkins,
la religión establece miedos y mentiras,
por lo tanto debería desaparecer.




2. La religión nunca desfallecerá, puesto que por ella muchos individuos que veían sus vidas arruinadas han tenido esperanzas de algo mejor. 
El sentimiento religioso es universal, no existe ser humano que no haya experimentado jamás la trascendencia, aquella especie de conexión con algo superior a uno mismo, que lo lleva a tomar buenas decisiones y desear ser un mejor ser humano.
La religión realmente no niega la ciencia, sino que se interesa por cosas que la lógica y la razón no entienden. ¿Cómo comprender que, gracias a los cánticos espirituales, los sermones y las lecturas constantes de los textos sagrados, muchos drogadictos, alcohólicos, delincuentes o asesinos, hayan transformado su vida, mientras que la medicina y la psicología apenas y tuvieron efecto en las mismas personas? 
¿No será que la religión posee, en verdad, algo “misterioso”, algo sublime y sobre natural, capaz de trocar el corazón más vil, en uno humilde? 
Para Deepak Chopra, intentar eludir la cuestión religiosa es una empresa vacua, puesto que todo nos recuerda a Dios. Desde que nos despertamos, tomamos el desayuno, nos alistamos para ir al trabajo, salimos a la calle, admiramos nuestro entorno y retornamos a casa agotados, siempre la presencia de Dios está ahí, y no cabe duda alguna que en cada acción se revela la presencia divina, porque todo lo que hacemos nos ayuda a bien. 
Según este médico hindú, no solo la mente entiende lo que es Dios, sino todo nuestro cuerpo, ya que cada célula, e inclusive cada molécula de nuestro ser, tiene consciencia del ente supremo que la formó. Todo lo que somos reclama éxtasis, puesto que su verdadero lugar no está aquí en la tierra, sino en algo más allá. 



Para Deepak Chopra, la religión es inmanente al ser humano.
Para él, inclusive los átomos tienen conciencia de Dios.




3. La religión es necesaria, pero no como un medio de salvación para nuestras almas, sino como una forma de psicoterapia. 
Karen Armstrong (una de las pocas voces autorizadas en el estudio de la religión) confiesa haber tenido, en algún momento, la misma posición que Dawkins y Harris, es decir, considerar el fenómeno religioso un mal que había que eliminar. Pero a raíz de su profundización y estudio progresivo de las religiones, ha llegado a la conclusión que ahora, más que nunca, deberíamos de defender lo más esencial de la religión; esto es, su sentido metafórico y mítico. 



Karen Armstrong aboga por una visión de la religión
 que vaya más allá del fundamentalismo y el cientificismo.




Ella distingue entre el lógos y el mito, dos posturas que los antiguos griegos nunca soslayaron. El lógos (que ahora llamamos ciencia) permitía que los hombres conocieran la verdad práctica, empírica y gracias a él pudimos sobrevivir porque nos garantizaba el alimento, el abrigo y el entendimiento del rededor. Sin embargo, el lógos era muy frío, calculador y no compensaba la necesidad de afecto de ese primate que se hacía hombre. Por el lógos podíamos anteponer nuestras necesidades y ser egoístas, pero no cubriríamos la necesidad del otro que todos poseemos. El mito, en cambio, era abrigador, permitía que todos se reuniesen alrededor de la fogata y pasasen horas agradables y entrañables. En medio de esas pequeñas reuniones alguien contaba sus sueños, sus anhelos, sus miedos, y todos lo oían serenamente. Alguno de ellos, quizá el más viejo y gastado, haciendo uso de su experiencia, propiciaba consejos y directrices que los demás jamás olvidarían aún si no se volvieran a ver. 
Reza Aslan, el reputado sociólogo iraní, repara en esto y no deja de sorprenderse por cómo la arqueología ha revelado que los primeros centros de reunión eclesial no surgieron en lo que hoy llamamos civilizaciones, sino antes, en las épocas en las que nuestros ancestros todavía eran nómades y cazadores – recolectores. ¿Qué los llevaba a conglomerarse y pasar días enteros juntos? ¿Cuál era la finalidad de caminar tantos kilómetros solo para luego volverse a separar? ¿Qué es lo que tenían esas fiestas que conmovieron tanto a nuestros ancestros? Saciar el deseo de compañía, podría ser. Pero quizá había algo más grande, más urgente. Tal vez deseaban consejo. Ese mundo al que se enfrentaban no estaba exento de sufrimiento, dolor, pérdida, falta de sentido. ¿Qué hago aquí, cuál es mi función en esta vida, sirve de algo todo lo que hago, es necesario padecer tanto? Y de repente esas preguntas encontraban respuestas en las historias de los más viejos, en los sabios de los otros grupos. Sí, nuestra vida tiene un sentido. La Tierra, nuestra madre, nos ha parido para servirla, para cuidarla, y el Sol, nuestro padre, cada día nos vigila para ver si cumplimos o no con esa misión. Si lo hacemos bien nuestros padres nos premiarán, pero si no seremos castigados. Pero cuidado, el camino no es fácil. Todo buen camino conlleva dolor, porque solo así, con las cicatrices de nuestro cuerpo, nuestros padres sabrán que hemos trabajado arduamente. 
Qué fortaleza no habrían sentido en ese momento nuestros antepasados. Ahora sí podían retornar a su peregrinación con más aliento. Su vida, si bien corta y pasajera, tenía una finalidad, y cada vez que sintiesen pena o miedo, recordarían su propósito y saldrían adelante. Su determinación era más potente que los problemas, más trascendente la meta que la preocupación, inclusive la soledad podía paliarse sabiendo que formaban parte de algo más grande. 




En su libro Dios, Aslan indaga sobre los orígenes de la religión
 y encuentra que no todo había sido como nos habían contado.
 La religión surgió antes de las llamadas civilizaciones.




Con los años, el fundamentalismo maculó la religión. Las historias que en ellas se contaban ya no eran entendidas como metáforas inspiradoras, alicientes, sino como verdades incuestionables. Si se decía que un pueblo había sido destruido con fuego que caía del cielo, debía de creerse dicha historia al pie de la letra. Las posibles explicaciones, como la desaparición de dicho pueblo a causa de una erupción volcánica, eran tomadas como blasfemias. Esto quitó credibilidad a la religión, la hizo intolerable. Por eso se entiende la ferocidad con la que muchos la han atacado, y no sin razón. Sin embargo, el tiempo ha demostrado que hemos actuado injustamente, porque no supimos entender la diferencia entre el mito y el dogma
El mito, como metáfora curadora, intenta dirigir al hombre en el camino del autoconocimiento; mientras que el dogma, fuerza a seguir un estilo de vida y pensamiento que no siempre se ajusta a la realidad ni a nuestros gustos. El mito nos reconcilia con nosotros mismos; el dogma nos obliga a renunciar a nosotros. El mito nos permite entender las dificultades y sacarles provecho, inclusive, las terapias psicológicas más eficaces, como la Terapia Cognitivo Conductual, se valen de ella para tratar a pacientes con ansiedad y depresión; en cambio, el dogma nos encadena y dificulta cualquier tipo de pensamiento flexible y es el principal desencadenante de neuras y locuras. 
Esto lo han sabido diferenciar pocos individuos, entre ellos el filósofo inglés Bertrand Russell, que confiesa, en Mi evolución mental, lo que sigue: “Cuando cumplí doce años, [mi abuela] me obsequió una Biblia (que todavía poseo) y escribió sus frases favoritas en el señalador. Dos de ellas eran: ‘No seguirás a la multitud para hacer el mal’, ‘Sé fuerte y ten valor; no temas ni te dejes desalentar, pues el Señor estará contigo dondequiera que vayas’. Estas frases han influido profundamente en mí y aún parecieron conservar algún significado después que hube dejado de creer en Dios”. 
Es sencillo discernir entre el mito y el dogma religiosos. Para muestra un botón. 
Si un paciente deprimido va a consulta, un psicólogo cognitivo-conductual podría reanimarlo contándole la historia de cómo el pueblo de Israel, esclavizado por muchísimos años, se sentía avasallado, derrotado y prácticamente muerto. Inclusive la Biblia lo compara como huesos secos. Tú te sientes así, ¿verdad?, preguntaría el terapeuta. Pero sabes – proseguiría el especialista – Dios prometió que reanimaría a esos huesos, que los devolvería a la vida: “Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y dije: Señor Jehová, tú lo sabes. Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová. Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy Jehová. “Me dijo luego: Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos. Por tanto, profetiza, y diles: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy Jehová, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío. Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo Jehová hablé, y lo hice, dice Jehová.” (Ezequiel 37: 3-6, 11-14). 
Ahora te das cuenta, sentenciaría el psicólogo. Tú también te curarás, dejarás ese valle inhóspito y reposarás en tu tierra. 
No saben cuánto bien y cuánta esperanza pueden generar este mito. Ni los psicofármacos, ni la meditación, ni siquiera irse de vacaciones hacen tanto bien como esta metáfora. Hay algo en nosotros, en nuestra mente, algo que ni los más reputados neurocientíficos pueden explicar, que nos hace sedientos de mito
 Por otro lado, como ya dijimos, el dogma trata de transformar un mito en verdad irrefutable: “Entonces Josué habló a Jehová el día en que Jehová entregó al amorreo delante de los hijos de Israel, y dijo en presencia de los israelitas: Sol, detente en Gabaón; Y tú, luna, en el valle de Ajalón. Y el sol se detuvo y la luna se paró, hasta que la gente se hubo vengado de sus enemigos. ¿No está escrito esto en el libro de Jaser? Y el sol se paró en medio del cielo, y no se apresuró a ponerse casi un día entero.” (Josué 10: 12-13). 
Todos sabemos ya que esta historia está plagada de imprecisiones científicas y polémicas morales. Desde que se dice que el sol se detuvo y solo para terminar de matar amorreos, sabemos que quien elaboró este mito solo deseaba, a la usanza de los griegos, exaltar las proezas de su pueblo. No obstante, no hay que olvidar que haberla tomado como dogma fue la causante de torturas a muchísima gente que enseñaba que esta historia era equívoca, fruto del yerro de la época en la cual fue escrita. A Giordano Bruno lo quemaron vivo y a Galileo Galilei le costó la libertad. 

Aprender a distinguir entre dogma mito, entender la religión como lo hicieron nuestros antepasados, y separar los beneficios del lógos y el mito, es quizá la única forma para sobrevivir a nuestra apresurada y trastornada época. Si no lo hacemos, caeremos en el más frívolo materialismo, que hasta el día de hoy solo ha provocado sufrimiento y vacío existencial, o viviremos atados a una religiosidad absurda, que en lugar de curarnos agudizará nuestra ya debilitada humanidad.


Huánuco, 23 de marzo de 2023