El viernes 09 de abril, César Hildebrandt anunciaba una catástrofe que parecía irreal, pero venida de su tinta tenía la apariencia de una premonición escalofriante. Para el periodista, el Perú estaba jugando a la ruleta rusa y auguraba que el domingo veríamos si se disparaba de una vez por todas. Y, como casi siempre en el Perú, esa mala profecía terminó cumpliéndose: el domingo nos suicidamos.

Muchos analistas han tratado de justificar la decisión del 11 de abril con el hartazgo de la población, con las malas propuestas, la conmoción de la pandemia y los efectos devastadores que ha traído consigo; sin embargo, a estas alturas, de poco valen las excusas, pues no ayudan en nada al análisis de lo que sucedió en las urnas.

Es cierto que la gente está harta, de eso no hay duda alguna, pero a diferencia de lo que creíamos, no lo está de los corruptos o malintencionados, sino de que le dejen elegir, de que le den libertad de pensar, sentir, vivir. Al parecer, muchos peruanos no imaginan su vida siendo autónomos, lo que quieren más bien es ser autómatas, que otros tomen las decisiones más importantes de su vida. ¿De qué otra forma se puede entender que el 19% de la población (que no es la gran cosa, claro está) le dé la oportunidad a un militante del MOVADEF de pretender el sillón presidencial, o que el 13% siga considerando como buena opción a Keiko Fujimori?


Aunque un gran porcentaje de peruanos consideramos que ambos candidatos son una falta de respeto a nuestra inteligencia y modernidad, todavía existe un cúmulo de ciudadanos que ven con optimismo a estos señores y sus posibles gobiernos. Esto, desde luego, debe de producirnos lástima y pavor. 

Cuando estaba en el colegio y nos pedían votar por algo (por ejemplo, a dónde ir de paseo) y habían múltiples opciones, y resultaba que teníamos una decisión muy dividida, entonces volvíamos a votar. Así solucionábamos las cosas fácilmente, porque para la segunda votación pasábamos de tener cinco o seis opciones a tener dos o tres (algunos nos encargábamos de convencer o desanimar a los demás). Al final, primaba la democracia. La mayoría elegía a dónde iríamos a pasear por primavera. 

Esto no ha sucedido el domingo, lo que demuestra cómo los adultos (y sus organismos) hacen de la democracia un sistema retorcido e injusto. Eran dieciocho candidatos, de los cuales ni siquiera el que está en primer lugar ha obtenido muchas adhesiones, y aún así ha pasado la valla. Para la ONPE y el JNE ese 19 y 13% es la voz del pueblo. Por primera vez veo que en algo tan importante la minoría se imponga y condicione las reglas del juego. 



Esto es lo que debería causar miedo y pavor: que en los próximos cinco años, sino más, la minoría dicte a su antojo cómo debe gobernarse el país, que la minoría haga y deshaga a su anchas lo que con esfuerzo hemos ido construyendo estos últimos veinte años. Y cuando digo minoría no me refiero a lo desvalidos o pobres del país, sino a los que tomen el poder este 28 de julio.

Muchos creen que al votar por Pedro Castillo llegará la justicia que tanto esperamos, pues la imagen que han vendido de este profesor es la de alguien humilde, honesto y consciente de la problemática social. Sin embargo, olvidan que ser docente, campesino, provinciano o pobre, no garantiza ninguna virtud. En nuestro país siempre hubo problemas de interpretación, pero nunca como ahora. La gran mayoría cree que alguien es inherentemente bueno o inherentemente malo por ser mujer o varón, cristiano o ateo, pobre o rico. Esa mayoría olvida que muchísimas veces se han utilizado a los pobres y "humildes" para perpetrar las mayores salvajadas. Por eso no extraña que el plan de gobierno castillista incorpore la pena de muerte, la desarticulación del Tribunal Constitucional, la expropiación de las empresas privadas, o la deslegitimación de libertades tan urgentes como la igualdad de género, el aborto o la eutanasia. Pedro Castillo desea oficializar brutalidades en nombre del pueblo, para que después se lave la manos como Pilatos y nos acuse por sus faltas: "Lo hice porque el pueblo lo quiso".



Hablar sobre Keiko Fujimori termina siendo ocioso y perturbador. Su Currículum Vitae está plagado de delitos, mentiras y denuncias, pero sigue siendo agradable para muchos. Cuando el 2020 Fuerza Popular ocupó apenas 15 curules, los expertos dijeron que el partido naranja había llegado al ocaso, que daba su último aliento, que lo más probable es que en las elecciones del bicentenario no iba a tener representatividad. Se equivocaron. Ahora tenemos 24 congresistas de Fuerza Popular y su lideresa amenaza con volverse la primera mujer dictadora del país. ¿Podríamos avizorar algo igual de nefasto? Sí, los 37 congresistas de Perú Libre y su candidato.



Estamos ante el peor panorama histórico de nuestro país. Nunca mejor que ahora la frase: "Estar entre la espada y la pared", es muy acertada y descriptiva. Aunque para ser sinceros, nos encontramos ante dos espadas, tan antiguas y parecidas, tan destructivas y perniciosas como el mismísimo cáncer: el terrorismo y la dictadura.

¡Que la razón nos libre!


Huánuco, 14 de abril de 2021