

La historia de Mario Vargas Llosa, hecha de escándalos, reconocimientos y fama, de giros inesperados, de vasos comunicantes que no se entienden sino solo con la evocación del pasado, hoy se ha trocado en argumento de telenovela; una de esas telenovelas mexicanas que extienden la trama con la tragedia, la ignominia y la vergüenza.
El escribidor más respetado del Perú, nuestra bandera de la intelectualidad, nuestro único Premio Nobel, ha llegado al punto, ya no de contradecirse, sino de traicionarse. Hace apenas nueve años, cuando publicó La civilización del espectáculo, Vargas Llosa despotricaba contra la candidatura de Keiko Fujimori, y en más de una ocasión, aprovechando sus columnas o algún spot publicitario, no dudó en zaherir la postulación de la señora K. Sin embargo, ahora, con el talante de un pensador obnubilado, no solo nos urge a votar por la candidata de Fuerza Popular, sino que realiza una serie de eventos con la pretensión de redimir a su otrora enemiga.

Cuando el diecisiete de abril publicó "Asomándose al abismo" y explicó sus razones por las que votaría por Keiko Fujimori, creí que sería su única participación. Meter las manos al fuego por una delincuente con tal de "defender la democracia" ya era demasiado. Por supuesto, su columna causó más de una crítica, lo usual, algo sólito en un escritor tan polémico como él. Salió a dar algunas explicaciones en RPP y su hijo mayor, Álvaro, repitió como un mantra las propuestas de su padre en diversos medios televisivos. Con eso era más que suficiente. Al menos, lo suficiente para que aquellos que lo hemos leído con pasión y fervor nos sonrojáramos. No obstante, Varguitas decidió que todavía no era tiempo de parar. El 12 de mayo, ante la mirada absorta e incrédula de muchos, el autor de La guerra del fin del mundo, invitaba a la hija de Alberto Fujimori a participar en el "Foro Iberoamericano: Desafíos de la libertad", que se realizaría en Quito, Ecuador, el 23 de mayo.
Esta sugerencia desfiguró al novelista: ya no era el mismo intrépido fabulador que utilizaba la ficción para desmantelar las dictaduras, como la de Odría en Perú, o la del Chivo en República Dominicana; no era el mismo que alguna vez llegó a decir que la "Literatura es fuego"; ya no más; ahora utilizaba sus influencias, su prestigio, para ponerse en escena y participar del acto dramático guionado por el fujimorismo.
César Hildebrandt, tan lúcido como siempre, no dudó en petardear al Nobel de Literatura y retarle:
"Reto a Vargas Llosa a que venga a vivir al Perú si es que su candidata favorita obtiene la presidencia. Que venga con toda su nueva familia. Que deje puerta de Hierro y se instale en Barranco. Quizá allí pueda escribir, finalmente, algo parecido al arrepentimiento."
El 2016, Vargas Llosa publicó Cinco Esquinas, una novela menor, que contenía la radiografía de la dictadura de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. En ella, los personajes se hundían en el fango, se mezclaban voluntariamente con el régimen, su dignidad y honor quedaban retratadas para bien o para mal en la prensa amarillista, e incluso la heroína, Julieta Leguizamón, codea con el poder, y solo en un arranque de consciencia de último minuto, termina delatando las fechorías del Doc y el Chino.
La obra se lanzaba a librerías en medio de las elecciones presidenciales peruanas y sirvió como manifiesto contra la candidatura de Fuerza Popular. Ese año, así como en el 2011, Vargas Llosa decidió apoyar al contrincante de Keiko Fujimori. Sus razones eran aceptables, no podíamos elegir a Keiko porque con ello justificábamos el abuso, la violación de los derechos humanos, la destrucción de la democracia y la debacle de los poderes del estado a manos del régimen en la década de los 90. No podíamos ser cómplices, no podíamos tener tan poca memoria.

Aún así, el pasado 31 de mayo, en un evento denominado "Juramento por la democracia", realizado en la ciudad de Arequipa, olvidando todas sus diatribas, el Nobel no reparó en enumerar los méritos de un eventual gobierno de Keiko Fujimori; entre otras cosas, dijo que la ex primera dama representaba la libertad, que ya había dado suficientes explicaciones sobre los errores cometidos en el pasado, y que frente a Pedro Castillo, ella era la esperanza del Perú. Lo que más indignó, sin embargo, no fueron los halagos forzados ni la reconciliación trucha del escribidor, sino su omisión, su amnesia voluntaria, pues a diferencia de otras ocasiones, no mencionó a Alberto Fujimori como el autor intelectual de los crímenes cometidos en su gobierno, y solo se limitó a echarle la culpa de todo al tío Vladi. Al final de su intervención alegó: "Keiko Fujimori se ha comprometido a no indultar, en ningún caso, a Montesinos, que cometió los peores asesinatos y los robos que caracterizaron ese periodo". Al escuchar aquello no dejé de preguntarme qué diablos le había ocurrido a uno de mis escritores favoritos. Toda la lucha, todas sus palabras, su oposición al fujimorismo, se evaporaron en un par de minutos.


Cuando Vargas Llosa se reconcilió con Gabriel García Márquez muchos de sus lectores lo encomiamos; una enemistad de ese tipo solo teñía la trayectoria del boom. Pero cuando la reconciliación alcanzó a Fujimori, nos quedamos pasmados: era como encontrarse en una absurda realidad, una mala broma de la vida, un caprichoso juego del destino. Que la mano que alguna vez escribió La ciudad y los perros y Conversación en la Catedral, se extendiera amigablemente a la hija del dictador que masacró nuestro país, a la cabecilla de una organización criminal, de la que sabemos concertó y concretó negocios turbios con Odebrecht, inmunidad a funcionarios réprobos y que, con la ayuda de sus setenta y tres congresistas, se dio el lujo de entorpecer las investigaciones en su contra, de obstaculizar las reformas políticas, y tumbarse a dos presidentes de la república, y todo en el lapso de cinco años, fue la culminación de una trayectoria llena de éxitos. Vargas Llosa ha lapidado su carrera, su autoridad moral y civil. Ojalá hubiera tomado el camino de la neutralidad, lo que en este caso hubiera representado una decisión más decente.
Huánuco, 04 de junio de 2021
El domingo 08 de agosto de 2021, el Premio Nobel peruano decidió volver sobre sus pasos y formar alianzas con el Grupo El Comercio. Lo más curioso es que las razones que lo llevaron a tan radical decisión fueron las mismas que esgrimió hace 10 años para retirarse del mentado grupo: el apoyo acérrimo a Keiko Fujimori. En el 2011, Vargas Llosa adujo, a través de una misiva dirigida al director del diario, que no podía seguir colaborando en un medio donde no se respetaba la libertad de prensa, donde se condicionaba la estadía de periodistas (o se los despedía) por no ceñirse a una línea difamatoria y amarillista, y que había decidido apartarse de manera definitiva.
Al parecer, el autor de Tiempos recios no advirtió que, durante toda la segunda vuelta electoral del 2021, el Grupo El Comercio y compañía fueron más amarillistas y difamadores que hace una década atrás. Y si lo advirtió, le ha importado muy poco, pues frente a sus ojos se han entretejido una serie de cuentos desabridos que ni el peor de los escritores las tomaría como argumento de ficción alguna. La única excusa que se me ocurre para tamaño disparate es que Varguitas, víctima de los achaques de la senescencia, está sumergiéndose en su propia novela, una que aspira a ser best-seller. Le hubiera ido mejor imitando a Don Quijote, que utilizó su mente vetusta para dignificarse, engrandecerse y emprender una aventura inigualable.
A estas alturas, o a estas bajuras (como diría Denegri), ya no vale la pena decepcionarse. Solo basta con guardar en la memoria los momentos más gratos, más bellos y más encomiables. Lo demás se fue a la mierda.
CODA
Al finalizar la entrevista que le hicieron a raíz de su reincorporación, el señor Vargas declaró:
"Me alegro de volver por tercera vez a un periódico que siempre sentí muy cerca de mis convicciones políticas. Dicen que a la tercera va la vencida y espero que mi caso confirme la regla. Comencé a colaborar en El Comercio hace muchos años, y espero continuar en sus páginas hasta que se me nuble la razón."
Después de todo lo vivido en los últimos meses, quizá lo más sincero que hubiese dicho el novelista es lo siguiente: "Vuelvo a apoyar a El Comercio desde que se me nubló la razón".
Huánuco, 09 de agosto de 2021